Hola a todos mis lectores y lectoras. Hoy me reincorporo de una semana de de vacaciones en Margarita donde me recargué las pilas, cosa que me hacía falta ya...
Ayer llegué y hoy estoy con la locura de desempacar las maletas, sacar las bolsas de chocolates, el tradicional queso holandés de "bola" y revisar las deudas que me dejó esta "semana de relax".
La perla del caribe está distinta desde hace seis años que la visité la última vez, y aún mucho más distinta que cuando era una niñita. Es triste pasar por la 4 de mayo y ver las tiendas cerradas donde los recuerdos infantiles me remontan a las vacaciones de la infancia, las tardes de compras en las que mi papá se sentaba cansado y yo veía a mi mamá ver aquellos anaqueles que me parecían enormes mientras yo me comía - sin control - todos los metros de chicle y los caramelos ácidos que mi pobre estómago podía soportar. Hoy hay un eco de pueblo fantasma en todo aquello aún cuando existen estructuras inalteradas como el clásico hotel Bella Vista, con su sempiterna piscina y un ambiente musical proustiano que me transporta a las tardes de juegos con mis primos o el eterno fortín de la galera donde los niños de Juan Griego, con un mágico atardecer de fondo, y con su musical y atropellada declamación te cuentan "la historia" de la laguna de los mártires, aquella que memorizaron como un cántico ancestral de de sus padres, y de generaciones anteriores, o el Castillo de Santa Rosa donde un gran cuadro de Rosa Cáceres de Arismendi junto con el aire enrarecido del calabozo y un sol inclemente recuerdan el romanticismo de un sacrificio estoico por amor.
La belleza natural de la región insular es innegable, pero el descuido campea libremente cuando debería de ser eliminado para potenciar ese raro, e inapreciado, recurso turístico que Dios nos ha dado. Es incongruente que despues de seis años el santuario de La Virgen del Valle aún esté en remodelación, es terrible que existan hoteles abandonados desde hace 20 años como el clásico Concorde cuando, al mismo tiempo, la ciudad se niega a morir y repunta hacia la modernidad con espectaculares centros comerciales como el Sambil y parques temáticos que refuerzan los autóctono.
Ciudad de contrastes y contradicciones, bella como siempre, y a pesar de todo, un paraíso que nos aleja de lo rutinario de nuestra cotidianidad en esta urbe.
Ayer llegué y hoy estoy con la locura de desempacar las maletas, sacar las bolsas de chocolates, el tradicional queso holandés de "bola" y revisar las deudas que me dejó esta "semana de relax".
La perla del caribe está distinta desde hace seis años que la visité la última vez, y aún mucho más distinta que cuando era una niñita. Es triste pasar por la 4 de mayo y ver las tiendas cerradas donde los recuerdos infantiles me remontan a las vacaciones de la infancia, las tardes de compras en las que mi papá se sentaba cansado y yo veía a mi mamá ver aquellos anaqueles que me parecían enormes mientras yo me comía - sin control - todos los metros de chicle y los caramelos ácidos que mi pobre estómago podía soportar. Hoy hay un eco de pueblo fantasma en todo aquello aún cuando existen estructuras inalteradas como el clásico hotel Bella Vista, con su sempiterna piscina y un ambiente musical proustiano que me transporta a las tardes de juegos con mis primos o el eterno fortín de la galera donde los niños de Juan Griego, con un mágico atardecer de fondo, y con su musical y atropellada declamación te cuentan "la historia" de la laguna de los mártires, aquella que memorizaron como un cántico ancestral de de sus padres, y de generaciones anteriores, o el Castillo de Santa Rosa donde un gran cuadro de Rosa Cáceres de Arismendi junto con el aire enrarecido del calabozo y un sol inclemente recuerdan el romanticismo de un sacrificio estoico por amor.
La belleza natural de la región insular es innegable, pero el descuido campea libremente cuando debería de ser eliminado para potenciar ese raro, e inapreciado, recurso turístico que Dios nos ha dado. Es incongruente que despues de seis años el santuario de La Virgen del Valle aún esté en remodelación, es terrible que existan hoteles abandonados desde hace 20 años como el clásico Concorde cuando, al mismo tiempo, la ciudad se niega a morir y repunta hacia la modernidad con espectaculares centros comerciales como el Sambil y parques temáticos que refuerzan los autóctono.
Ciudad de contrastes y contradicciones, bella como siempre, y a pesar de todo, un paraíso que nos aleja de lo rutinario de nuestra cotidianidad en esta urbe.
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