Ahora recuerdo con asombro, cierta perplejidad que te da la madurez a la aviesas reacciones infantiles, aquella noche en la que el llanto se apoderó de mi humanidad de seis años. Recuerdo que no entendía lo que me estaba pasando pero que estaba triste y tenía una certeza terrible y premonitoria. Aquel día advertí que mi redondeada y pueril figura no se parecía en nada a la esbelta heroína de mis juegos, a la mujer que podía ser todo lo que deseara ser, cuya belleza era sinónimo de inteligencia y cuya delicada figura despertaba el amor en todos, la complicidad - y envidia- de sus amigas que deseaban ser tan rubias y perfectas como ella y las pasiones de un Ken(r) también perfecto, su novio incondicional.
Yo, la gordta niña que tampoco había advertido que pasarían muchos años para ser mujer como ella, sabía de alguna manera que el desarrollo no me harían justicia, sabía que jamás sería tan esbelta y tan perfecta, quería despertar y amanecer mágicamente como una Barbie(r) sin sacrificar mis helados, mis chocolates, mis dulces...y la pataleta me costó caro, ver a mi mamá desesperada e impotente ante el valor exacerbado que le daba a una diminuta muñeca cuyo poder en mi imaginario era más fuerte que su amor y su paciencia.
La perversidad de la niña-mujer de plástico es inconmensurable y pasa inadvertida por los padres. Yo me sentía infeliz porque la belleza que proponía la inocente muñeca sabía que me sería esquiva y la consideraba por demás axiomática, la más verdadera de las verdades reveladas y la más platónica de la sentencias donde la belleza era sinónimo de amor y de verdad.
Con el transcurrir de mis días me he dado cuenta que no hay nada más falso, que el mundo esta lleno de Barbies(r) artificiosamente perfectas y perfectamente vacías e infelices y que la felicidad y el éxito jamás pueden considerarse producto de un cánon de belleza por demás irreal. Descubrí que el amor y la felicidad son producto de nuestro interior y de lo que cultivamos en el exterior y que no hay límites para ser lo que soñamos, aunque seamos gorditas o bajitas tenemos el potencial de princesas.
La ilustración, un poco bizarra pero apropiadísima, muestra la idealización que la mayoría de las niñas hacen de su "plástica compañera de juegos". Cortesía de
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