En el marco del Día Internacional de la Mujer es imperativo que nos detengamos a reflexionar sobre nuestras capacidades. Es un hecho que tendemos a subestimarnos, a escuchar con sobredimensionada atención las palabras que nos descalifican, a creer que nuestro valor se circunscribe sólo a los roles de esposa y madre, que son de suma importancia para la sociedad pero que no significan que sea el único ámbito posible para nuestra realización; hace más de un siglo luchamos por ser reconocidas fuera del entorno doméstico y hoy todavía cargamos con el pesado lastre heredado de esa discriminación que se solapa a través de comentarios a baja voz; aunque las mujeres llenamos las aulas universitarias y poblamos los puestos de trabajo, siendo muchas veces cabeza de familia, pugnamos con el "deber ser" del pasado y nos enfrentamos a la lucha interna que nos impide confiar en nuestras capacidades y nuestro poder de inspirar a otros.
Apenas ayer se reconoció, por primera vez, a una mujer como mejor directora de cine con una estatuilla dorada; todas lo celebramos pero parece absurdo que hayamos esperado hasta 2010 para ver a Kathryn Bigelow alzar el Oscar, compitiendo con su ex esposo en la misma categoría y siendo galardonada por una película de guerra, para muchos una historia de "hombres". Este signo de los tiempos indica que todavía queda mucho camino por recorrer.
Hace dos días me soprendió en la televisión la biografia de Helen Gurley Brown, un ejemplo excepcional de que los límites sólo existen en la medida de que los anidemos en el suelo fértil de nuestra mente. Esta mujer, nacida en 1922 desafió todo cuánto se daba por sentado, se casó a los 37 con el hombre que ella escogió cuando sus amigas los hacían a los 15 con el más adecuado; trabajó como publicista y fue la editora de Cosmopolitan por más de 35 años; escribió el libro "El Sexo y la chica soltera" cuando la palabra sexo aún era impublicable y hoy con más de 85 años sigue activa, supervisando las ediciones internacionales de la publicación femenina más vendida en el mundo.
Tanto Bigelow como Gurley son muestras innegables que podemos tenerlo todo, podemos cumplir nuestros sueños, podemos alcanzar nuestras metas, siempre y cuando no dejemos erosionar nuestras expectativas con esa maléfica voz saboteadora, esa que nos impele a desistir por lo que pensarán los demás, esa que nos infunde el terror de que si seguimos nuestro destino nos abandonarán; el amor sólo nace de la admiración, no del sacrificio y hay hombres capaces de compartir el éxito de las mujeres que aman, darles ese espacio necesario y disfrutar junto a ellas el hálito reconfortante de la realización personal, verlas felices y no frustradas como un satélite que gravita en torno a ellos, sino transitando su propio camino, en sintonía con sus aspiraciones.
Foto: Helen Gurley Brown en su oficina de la revista Cosmopolitan (1965) cortesía de The New Yorker.
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