Nosotras somos, todas, jueces implacables de las acciones propias. Nos fustigamos permanentemente, saboteamos nuestras elecciones, cuestionamos nuestras decisiones, nos arrepentimos de amar, nos culpamos por pedir un espacio para nuestro descanso o esparcimiento y al mismo tiempo disculpamos, perdonamos y justificamos hasta el infinito a los demás cuando, adrede o sin intención, nos hieren, nos discriminan, nos dejan de lado o no nos toman en cuenta.
Hace algunos días tuve la oportunidad de ver la película “La Vida en Rosa”, historia biográfica de la cantante francesa Edith Piaf, una mujer extraordinaria cuyo talento la sacó de la pobreza llevándola a disfrutar las mieles de la fama y el estrellato. La atormentada cantante, en el ocaso de su vida turbulenta, con su diminuta humanidad minada por el cáncer de hígado y atenazada por un dolor que trascendía lo físico recibió la canción “No, no me arrepiento de nada” (Non, je ne regrette rien*), letra intensa que hizo suya y consideraba un reflejo de su propia vida. Piaf, otrora niña abandonada y artista callejera, había comprendido que no podía arrepentirse de sus errores y aciertos, era su vida, bohemia, triste, a ratos feliz, un tanto alocada, pero suya, y sin cabida para los juicios impertinentes de su propia protagonista.
¿Que todas debemos salir corriendo a hacer lo que nos venga en gana sin pensar en las consecuencias? No, pero tampoco debemos limitar nuestros deseos por complacer a los demás, o negarnos a disfrutar nuestro viaje finito por la tierra por estar conectadas permanentemente en la culpa o el arrepentimiento.
Decide hoy eliminar de tu vocabulario la palabra arrepentimiento y la palabra culpa, ambas son terribles lastres que nos recuerdan constantemente que por el hecho de ser mujeres somos las Evas tentadoras y artífices del pecado original o las brujas que la inquisición quiso pulverizar en la hoguera, estos capítulos oscuros de nuestra religión e historia no representan un axioma que debas padecer.
Non, je ne regrette rien* (No, no me arrepiento de nada), letra de Michel Vaucaire, música de Charles Dumont. 1960
Hace algunos días tuve la oportunidad de ver la película “La Vida en Rosa”, historia biográfica de la cantante francesa Edith Piaf, una mujer extraordinaria cuyo talento la sacó de la pobreza llevándola a disfrutar las mieles de la fama y el estrellato. La atormentada cantante, en el ocaso de su vida turbulenta, con su diminuta humanidad minada por el cáncer de hígado y atenazada por un dolor que trascendía lo físico recibió la canción “No, no me arrepiento de nada” (Non, je ne regrette rien*), letra intensa que hizo suya y consideraba un reflejo de su propia vida. Piaf, otrora niña abandonada y artista callejera, había comprendido que no podía arrepentirse de sus errores y aciertos, era su vida, bohemia, triste, a ratos feliz, un tanto alocada, pero suya, y sin cabida para los juicios impertinentes de su propia protagonista.
¿Que todas debemos salir corriendo a hacer lo que nos venga en gana sin pensar en las consecuencias? No, pero tampoco debemos limitar nuestros deseos por complacer a los demás, o negarnos a disfrutar nuestro viaje finito por la tierra por estar conectadas permanentemente en la culpa o el arrepentimiento.
Decide hoy eliminar de tu vocabulario la palabra arrepentimiento y la palabra culpa, ambas son terribles lastres que nos recuerdan constantemente que por el hecho de ser mujeres somos las Evas tentadoras y artífices del pecado original o las brujas que la inquisición quiso pulverizar en la hoguera, estos capítulos oscuros de nuestra religión e historia no representan un axioma que debas padecer.
Non, je ne regrette rien* (No, no me arrepiento de nada), letra de Michel Vaucaire, música de Charles Dumont. 1960
Imagen: Edith Piaf, cortesia de classical.com
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