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miércoles, 16 de diciembre de 2009

Mi regalo de Navidad

En un mundo atribulado, en un entorno en que la norma pareciera ser la incertidumbre, decimos “Feliz Navidad” al boleo, regalamos un “Feliz Año” sin pensar. Frases que no sentimos y que su significado es preciso internalizar. Para mi, y para la niña de colegio de monjas que aún vive en mi, la navidad es recordar que el Niño Jesús nació y que nace cada año en nuestros corazones para renovar nuestra fe, nuestra paz, es volver a creer en esa promesa de que podemos ser mejores, vivir en un mundo menos hostil, en un ambiente menos acervo…pero pareciera que no basta; porque la angustia nos domina, la inseguridad nos acecha, estamos inseguros hasta de nosotros mismos, y que decir del futuro, del mañana.

En mis años por las aulas de la universidad aprendí acerca de una noción aristotélica que vale la pena desempolvar, en este tiempo de renovación de la esperanza, como una herramienta para el año que viene. El filósofo griego hablaba que, en la procura de la felicidad perdurable, debíamos mirar el interior, hacia una paz inmanente e imperturbable que es preciso cultivar, la cual él denominó Atharaxia y que resulta como el fiel de la balanza que nos ayuda a conseguir el tan evasivo equilibrio.

En este trepidante mundo postmoderno, el concepto de Aristóteles cobra aún más vigencia, es como una lupa que magnifica aquello que potencialmente nos puede afectar y nos permite distinguir entre lo que podemos cambiar - para asumir la responsabilidad, colectiva e individual de ello - y aquello que no depende de nosotros, que rebasa nuestras fuerzas y que iniciar tal empresa nos produciría desgaste físico y mental inconmensurable.

Atharaxia para mi también es un colchón, aquel que nos protege en los tiempos en que la euforia cesa o en los cuales la cotidianidad nos arropa. Otro filósofo griego, Epicuro, decía que la felicidad suprema se alcanzaba a través de la experimentación de placeres diversos, por ello no es de extrañar que los ciudadanos del mundo, sobretodo los venezolanos, nos hayamos volcado a cultivar el paladar con la gastronomía de autor, los buenos vinos, veamos que se han organizado desde catas de café hasta té, apreciemos más el diseño local o seamos uno nuevos estetas; cosa que se agradece porque cultiva nuestro espíritu; pero como placeres al fin no dejan de ser efímeros, costosos y hasta potencialmente adictivos; y seamos sinceros, no resulta sano entregarnos al hedonismo porque vulneramos nuestro equilibrio vital; ahí es cuando la paz interior entra en acción, para recordarnos que la felicidad no depende del gusto o el tacto, sino de nosotros mismos y lo capaces que seamos de alimentar ese remanso interior.